Ilustración por Alejandra Aranda Castro.
Sabores que nos transportan a nuestra infancia, sabores de nuestra tierra. La importancia de conservar nuestra gastronomía como nexo con nuestras raíces se hace aún más fuerte viviendo en el extranjero.
Cada 25 de Mayo (día de la Revolución contra España en Argentina) no podía faltar en la mesa del mediodía de aquel día feriado, locro y empanadas. Por la tarde, la merienda con pastelitos de membrillo o batata (según el gusto) y mates. Este es un ejemplo entre muchos, de las comidas típicas de mi país, que se hace muy difícil encontrar, o casi imposible en Estocolmo, mi nuevo hogar.
Cada fecha patria o celebración importante lejos de nuestro país, pasa casi desapercibida sin ese ritual gastronómico tan importante para los pueblos latinoamericanos. Así que no queda otra opción que encaminarse en la difícil tarea de conseguir los ingredientes, arremangarse y poner manos en la masa “literalmente”.
Si le preguntaban a mi yo de unos años atrás si iba a saber cómo hacer unos alfajores de maicena perfectos, se reiría y diría que es imposible. Tan imposible de comprender cómo la sensación de emoción cuando encontramos algún producto o sabor de nuestra tierra en la góndola de algún supermercado de nuestra nueva ciudad.
Y no sólo es la sensación de familiaridad sino también, el sentimiento de que en la nueva cultura donde vivimos, nos dan un espacio y valoran y celebran nuestra diversidad y la ponen al alcance de cualquier otro ciudadano que sienta curiosidad por probar un sabor exótico a su paladar ¿se imaginan a un sueco tratando de tomar mate?.
Si le preguntaban a mi yo de unos años atrás si iba a saber cómo hacer unos alfajores de maicena perfectos, se reiría y diría que es imposible. Tan imposible de comprender cómo la sensación de emoción cuando encontramos algún producto o sabor de nuestra tierra en la góndola de algún supermercado de nuestra nueva ciudad.
Párrafo aparte merece la mención de complicidad que se siente cuando nos juntamos con otros coterráneos a festejar alguna fecha célebre o una simple reunión y hay comida de nuestro país. La felicidad y los halagos flotan en el aire. Es que esos sabores nos recuerdan a momentos de nuestra tierra que compartimos alguna vez en familia o con amistades que quedaron del otro lado del mundo.
Por algo existe el dicho: “panza llena, corazón contento”. El olfato y el gusto son nuestros sentidos más primitivos, capaces de desencadenar una oleada de recuerdos y sensaciones. Ahora estamos construyendo nuevas memorias, con los mismos sabores pero distintos actores.
Así como es importante mantener vivas nuestras tradiciones para seguir conectando con nuestro pasado, también lo es abrir nuestro paladar a nuevos sabores y costumbres que nos rodean en nuestro presente. Al fin y al cabo, estamos viviendo en un país con distinta cultura, tradiciones y cocina a la nuestra, donde también la gastronomía tiene una historia que contar.