Ilustración por Abril González.
La navidad es una maravillosa época festiva, al menos para la mayoría, pero a pesar que yo soy una mujer que disfruta de las luces, decoraciones y películas navideñas, éstas últimas con especial locura, desde que comencé a vivir sola no me daba la gana cambiar por completo mi casa. No pensaba en mover muebles y sacar a relucir todo tipo de artículos en rojo, dorado o verde, solo para que después de un mes tuviera que volver a guardar todo, reubicando muebles y volviendo a mi casa original sin guiños de Santa, Papa Noel, San Nicolás, Viejo Pascuero o como sea que le digan donde tú estás viviendo hoy.
Mi austeridad navideña llegó a su fin con la bienvenida a la vida familiar, y si bien los primeros años logré decorar de una manera bastante ingeniosa, hoy mis hijos demandan una decoración total, que va desde bolas de cristal al jardín iluminado, con moderación, pero ahí vamos.
El año que llegamos a vivir a Los Países Bajos, todo migró al siguiente nivel y rápidamente me tuve que poner al corriente de algo que no entendía. El nombre de “Sinterklaas” comenzó a resonar, este señor de avanzada edad, de pelo y barba larga y blanca que llega cada año a Los Países Bajos en noviembre y se queda junto a los “Pieten”, sus ayudantes, hasta el seis de diciembre.
Nótese que él llega en noviembre, es decir todo artilugio festivo comienza con Sinterklaas y luego es el turno de la Navidad, porque sí, también la celebran. Eso se traduce en que el ambiente y decoraciones comienzan más temprano, se escuchan canciones, se mira un noticiero especial, creado especialmente para esta época del año (idea que me parece espléndida), y un sin fin de actividades en torno a este alto y delgado hombre que visita el país una vez al año.
Fue así como cual clavadista en Acapulco me sumergí en esta tradición. Sinterklaas, Sinter, como yo lo llamo, es quien reparte los regalos en la tarde-noche del cinco de diciembre. No es un personaje misterioso, sí mágico, pero no misterioso, todo niño sabe quién és, lo ha visto y conoce su rostro. Llega en su barco a vapor desde España, donde vive todo el año, y hace una cabalgata/desfile en diferentes ciudades del país para anunciar su llegada junto a sus ayudantes, los cuales por cierto tienen jerarquía, siendo Hoofdpiet el jefe y mano derecha de Sinter.
Los “Pieten” son hombres y mujeres muy ágiles, alegres, traviesos y bondadosos que gustan de hornear y comer pepernoten, que son unas pequeñas galletitas de color marrón un poco mas grande que un maní.
Sinter no usa trineo, él monta un caballo blanco que come zanahorias y camina por los tejados, viste unas ropas que a simple vista es como ver a un Papa o un obispo. Su vestimenta tiene bastantes símbolos episcopales, capa roja, una mitra, un báculo dorado y un anillo, lo que provocó cierta interferencia en mi cerebro la primera vez que lo vi, aunque la festividad no tiene hoy tintes religiosos.
“Fue así como cual clavadista en Acapulco me sumergí en esta tradición. Sinterklaas, Sinter, como yo lo llamo, es quien reparte los regalos en la tarde-noche del cinco de diciembre. No es un personaje misterioso, sí mágico, pero no misterioso, todo niño sabe quién és, lo ha visto y conoce su rostro.”
Desde la llegada de Sinter a Los Países Bajos, puedes poner un zapato en la ventana, o chimenea o fuera de la puerta de tu casa para que los Pieten o Sinter te dejen algún regalito pequeño antes del gran día. Usualmente los niños ponen dibujos o zanahorias dentro de sus zapatos y cantan una canción para Sinterklass antes de ir a dormir, y al otro día se despiertan y raudamente van a revisar si les llegó algo.
Una de las particularidades de Sinterklass es que tiene un libro grande y grueso, por supuesto de color rojo, donde tiene anotado cada acción, buena y mala, de los niños de Los Países Bajos. En nuestro primer año viviendo en Amsterdam aún estaba vivo el eco de una leyenda de Sinter: cada niño mal portado no sólo no recibía regalo, sino que era metido dentro de un saco y llevado a España en el barco junto a Sinter y los Pieten. Era separado de su familia, así de macabro. Los niños saben que todo lo que hacen está en ese libro, y que va a depender de todas sus acciones del año si recibirán regalos o si serán llevados en un saco a España si es que se portan mal.
Esto llevó a uno de los más notables raciocinios, para mi entonces hija de tres años, quien no era muy amiga de los horarios de comida, por así llamarlo, y el día de “pakjesavond” se acercaba, qué es la tarde que reparten los regalos, me lanzó el siguiente comentario con su boca llena de comida sin tragar. “Mamá, estaba pensando que si Sinterklass me lleva en el saco, no va a ser tan malo, porque como me va a llevar a España, yo voy a entender todo, porque yo hablo español”
Reconozco que me dio mucha risa la lógica de su pensamiento, pero no me reí en ese momento, algo que hoy sí hacemos, ya que pasó a ser una anécdota familiar. Recuerdo ese abrazo que nos dimos, sus ojos y su rostro compungido. “Yo no quiero que me lleven”, me dijo. La senté conmigo y le expliqué que eso jamás iba a ocurrir, que eran cosas del pasado y que seguro que ese tipo de cosas Sinter ya no las hacía, y que por ningún motivo ella se tenía que preocupar por algo así porque era una niña maravillosa y buena, (y que se estaba demorando hasta el infinito en terminar sus comidas poniendo a la madre en un estado de crisis nerviosa también, pero eso, eso no se lo dije). Tuvimos una linda y larga conversación, tan larga como su atención lo permitía. Luego, entre los brazos de su papá, escuchaba atenta todo lo que él le decía que haría si Sinter o algún Piet quisiera llevarla, pero siempre dejándole muy claro que eso jamás podría ocurrir porque ella es lo más increíble del mundo mundial.
Por suerte, y casi como si alguien de la producción del noticiero de Sinterklass me hubiese escuchado, unos días después salió al aire una entrevista a Sinter, en donde les informó a todos los niños de Los Países Bajos, que aquello que se hizo en el pasado jamás volvería a ocurrir. ¡Uf qué alivio! Poder despejar esa sombra de los pensamientos de los más pequeñitos fue lo mejor, sobretodo en una época en donde todo debería ser solo magia.